Prólogo de El cuaderno azul
May 19, 2025

El cuaderno azul es una novela histórica. El título del libro está inspirado en un cuaderno de cubierta azul donde Lenin recopiló su material de estudio en torno al problema del Estado, apuntes posteriormente publicados como El Marxismo y el Estado. Aquel material serviría de base para la elaboración posterior de su obra El Estado y la revolución. La doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución.
Un cuadernito y una antorcha
El historiador francés Gerald Walter, en su excelente biografía dedicada al gran revolucionario ruso, nos dice:
«La idea de reanudar el trabajo cuyo proyecto había concebido cuando estaba todavía en el extranjero, en vísperas de la explosión revolucionaria en Rusia, le rondaba todavía en casa de Emelianov. Entonces la cosa era materialmente imposible. Ahora tenía a su disposición casi todos los libros que necesitaba y puso manos a la obra desde el primer día que se instaló en casa del jefe de los policías finlandeses. Así nació El Estado y la Revolución…»
Por situar brevemente al lector que no conozca en profundidad la cronología de los acontecimientos de aquel año 1917 en Rusia, Lenin había regresado a su país natal tras su largo exilio europeo en abril de 1917, dos meses después del estallido de la revolución democrática de febrero que deponía el poder zarista. Unos meses después, tras las denominadas «Jornadas de julio» Lenin se vería forzado a esconderse en Razliv, una aldea a unos 30km de Petrogrado. Posteriormente Lenin partió para Finlandia, donde pudo escribir el Estado y la Revolución tal y como lo conocemos.
Parémonos brevemente en el Lenin anterior al estallido de la revolución de febrero: un hombre de 45 años, con casi treinta años de abnegada dedicación militante, convencido de que su contribución a la gran obra de la emancipación del proletariado era mantener en alto la antorcha del marxismo revolucionario en tiempos de coronación de la traición socialdemócrata: «lo esencial es llevar la antorcha siempre adelante, cada vez más lejos, y encontrar a quien trasmitírsela cuando la mano, desfalleciente, se debilite». Lenin se encontraba en pleno apostolado contra la guerra imperialista, contra la sumisión de los partidos de la II Internacional a sus burguesías nacionales, contra la revisión oportunista de los principios del comunismo por los dirigentes de la segunda generación marxista; convencido de que así portaba, entre incomprensión y acusaciones, la antorcha revolucionaria para las siguientes generaciones.
En aquellos años prerrevolucionarios Lenin se propuso no solo denunciar el acto de traición que significaba la posición socialchovinista y centrista frente a la I Guerra Mundial; sino también pasar a contrapelo la reciente historia de la socialdemocracia europea para encontrar «los elementos de oportunismo acumulados durante decenios de desarrollo relativamente pacífico».
La agudización de las contradicciones del capitalismo hasta el punto de la conflagración internacional entre potencias había hecho «estallar las viejas formas», había obligado a quitarse las máscaras a los falsos amigos del proletariado, pero no bastaba con denunciar el acto final, había que entender sus origines históricos, sus fundamentos materiales, sus distintas expresiones ideológicas, etc.
En este contexto, Lenin se propone abordar el problema del Estado, localizando en este asunto, dada la importancia cardinal que adquiere en la época del capitalismo monopolista, la línea de flotación de la traición socialchovinista: la renuncia a la dictadura del proletariado, la renuncia a la revolución, la transformación definitiva de la socialdemocracia en mecanismo de dominio político del capital. Para ello tomó apuntes en un pequeño cuaderno azul cuando aún se encontraba en Zúrich, pensando inicialmente en escribir un artículo sobre el tema para el nº 4 de Cuadernos Socialdemócratas:
«Aquel artículo estaba concebido como respuesta a los juicios erróneos de Bujarin y de algún que otro marxista ruso, como refutación de las falsificaciones e ilusiones mesocráticas de Kautsky y algunos engreídos de los socialdemócratas alemanes (…) los apuntes del cuaderno azul y deducciones hechas de ellos tenían la misma importancia que el pan, la sal, las cerillas y el percal para las masas de millones».
Lenin era consciente de que «la lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general, y de la burguesía imperialista en particular, es imposible sin combatir los prejuicios oportunistas acerca del Estado». Esta convicción es coherente con toda la carrera militante de Lenin, que fue elaborando progresivamente la fundamentación y caracterización de las distintas variantes del oportunismo y de cómo estas encuentran en el medio del capitalismo imperialista un suelo enriquecido y una forma actualizada. La siguiente carta que Lenin le dirige a Kámenev, durante las Jornadas de julio de 1917, muestra su preocupación por estas notas y la gran importancia que les concedía:
«(...) si me matan, por favor, publique mi cuaderno, El marxismo sobre el Estado. Quedó en Estocolmo. Tiene una cubierta azul y está encuadernado (...). Lo considero importante porque no solo Plejánov, sino también Kautsky confunden las cosas...»
Lenin no fue sino la mente más preclara de una tendencia en la socialdemocracia rusa, el bolchevismo, que se forjó y definió a sí misma en la lucha en dos frentes: contra el oportunismo de derechas y de izquierdas, sacudiendo al marxismo de la herrumbre pequeñoburguesa. La Gran Revolución Socialista de Octubre fue el mentís práctico del oportunismo, la marea de la revolución elevó al bolchevismo y sus dirigentes, muy especialmente a Lenin, convirtiendo aquella antorcha en un faro: a pesar de encontrarse en plena vivencia revolucionaria, la publicación del Estado y la Revolución era esencial para alumbrar a las masas trabajadoras del resto del mundo y particularmente de Europa, sumidas en los horrores de la guerra imperialista y en la tragedia de la orfandad política.
Vivir la experiencia de la revolución
En febrero Lenin abandona todo proyecto previó e inicia los trámites para regresar a Rusia, para ponerse al frente del partido. Nada más regresar a su país natal, Lenin elaboró y trazó una nueva orientación política condensada en las llamadas Tesis de abril, golpe de timón decisivo para la consecución de la Gran Revolución Socialista de Octubre.
Aquel cambio de dirección era una prueba más de la firmeza del pensamiento leninista frente a la vacilación y adulteración del oportunismo. Igual que fue acusado de «radical» y «demente» cuando proclamó la necesidad de la consigna de la guerra civil revolucionaria frente a la guerra imperialista, lo fue de nuevo al orientar al Partido Bolchevique hacia la conquista de las masas para la toma del poder, en lugar de la cesión pasiva de la iniciativa y autoridad política a la burguesía. Como entonces, la antorcha de la revolución alumbraba las cuevas del oportunismo, donde aprovechándose de la oscuridad vendían a la clase obrera a sus enemigos por un puñado de monedas.
Con su postura, Lenin se mostraba de nuevo como el mejor alumno de Marx y Engels, quien mejor podía sintetizar y traer a la realidad rusa, en plena febrilidad revolucionaria, las enseñanzas históricas del proceso de transición de la revolución burguesa a la revolución socialista, la perspectiva de la revolución ininterrumpida.
En sus tesis Lenin señaló que el cambio que se llevó a cabo en febrero de 1917 fue un cambio de clase en el poder. Este pasó de las manos de los terratenientes y de los príncipes, con los que hasta entonces un sector de la burguesía estaba conforme, a las de la burguesía. Después del derrocamiento del zar por la acción política de las masas, la burguesía, asistida por los oportunistas y los partidos pequeñoburgueses que entonces estaban en mayoría en los Soviets, formó un gobierno que correspondía a sus intereses. Cambiaba entonces el carácter de la revolución, comenzaba su segunda etapa, lo que exigía la preparación del paso del poder a manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.
La terrenalidad del pensamiento leninista conllevaba la revitalización de los principios marxistas de acuerdo a las particularidades de la coyuntura, de las determinaciones para su aplicación y despliegue. Lenin identificó la importancia histórica del surgimiento de los Soviets, vio en ellos la realización práctica de la república democrática del tipo de la Comuna frente a la «veneración supersticiosa» del Estado y la estrechez parlamentaria del oportunismo. Vio en los soviets la fisonomía específica para la realización de las enseñanzas obtenidas por el movimiento obrero en sus iniciales intentos de toma del poder, para la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado capitalista y el ejercicio simultaneo de la dictadura y la democracia obrera. También lo vieron las masas obreras del resto del mundo, que pronto replicaron la fórmula soviética declarando con ello su universalidad:
«Las revoluciones de febrero y octubre de 1917 condujeron al desarrollo multilateral de los Soviets en todo el país y, luego, a su victoria en la revolución proletaria, socialista. Y menos de dos años después se manifestaron el carácter internacional de los Soviets, la extensión de esta forma de lucha y de organización al movimiento obrero mundial, el destino histórico de los Soviets de ser los sepultureros, herederos y sucesores del parlamentarismo burgués, de la democracia burguesa en general»
En la medida en que existían los Soviets de diputados obreros y soldados existía en Rusia un poder revolucionario embrionario, un poder surgido en una coyuntura particular en grado sumo, pues convivía con el poder burgués, al que cedía, a través de la colaboración con el Gobierno Provisional, sus posiciones y su autoridad. La dualidad de poderes se sostenía por la mayoría numérica e influencia ideológica que poseían los eseristas y mencheviques en los Soviets, pero era evidente que era un momento transitorio, precisamente el momento que anuncia que se han rebasado ya los cauces de la revolución democrática burguesa. La peculiaridad y transitoriedad de la situación obligaba a actuar con agilidad y determinación para conquistar la mayoría de los Soviets:
«Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.
Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo, la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores».
La segunda etapa de la revolución se abría con un periodo de desarrollo pacífico caracterizado por el máximo de legalidad política. Esto permitía al Partido Bolchevique, forjado en años de acción clandestina, reorganizar sus fuerzas y acceder a amplias masas obreras y populares que acababan de despertar a la vida política. El partido, ahora que por fin alcanzaba la tan ansiada libertad política, lejos de adormecerse con los traicioneros vapores del legalismo y cretinismo parlamentario, debía utilizar esta amplitud para desenmascarar al Gobierno como gobierno de capitalistas, la guerra como guerra imperialista, presentar el programa revolucionario y llamar al paso del poder a los soviets: hay que aprender a estar en minoría, repetía machaconamente Lenin, hay que ganarse con circunspección a las masas para la revolución.
La nueva situación permitía y exigía terminar de moldear un verdadero partido revolucionario. Sin renunciar al trabajo ilegal, era el momento de aprovechar todos los medios y resortes de la libertad de acción para desplegar una intensa actividad política. Había que dotar de cuerpo y energía a un partido que debía salir a la superficie como un torrente, un partido que no renunciase al poder, que no vacilase ante la enormidad de la tarea, un partido que para ello debía quitarse definitivamente la «ropa sucia»: Lenin propuso que el partido bolchevique adoptase el nombre de Partido Comunista y abandonase la denominación de socialdemócrata.
Cuando el gran jefe del Partido Bolchevique llegó a Petrogrado el 3 (16) de abril de 1917 se congregaron para recibirle miles de obreros, de soldados y marinos. Le recibieron también en un salón de honor, al que fue conducido entre vítores de las masas y acompañado de la Marsellesa, los mencheviques Cheidze y Skobelev en nombre del comité ejecutivo del Soviet. Pero los honores y la respetabilidad burguesa no eran algo que distrajeran al de Simbirsk, que, tras recibir aquel cínico saludo que iba acompañado del deseo de que Lenin se mantuviera dócil y no perturbara la atmosfera festiva de la revolución burguesa, se subió encima de una mesa y habló directamente a los obreros y obreras que le habían seguido hasta el salón:
«¡Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros! Me complace saludar en vosotros a la revolución rusa victoriosa, a la vanguardia del ejercito proletario mundial. La guerra imperialista de rapiña es el comienzo de la guerra civil en toda Europa…. Se levanta el alba de la revolución socialista mundial. Todo hierve en Alemania. El imperialismo europeo puede hundirse de un día para otro. La revolución rusa hecha por nosotros ha abierto una nueva era. ¡Viva la revolución socialista mundial!»
Lenin pronto demostró que lejos de sucumbir a la atmosfera de euforia de la revolución burguesa, había llegado para echar una «dosis de vinagre y bilis» a la «la dulzona limonada de las frases revolucionario-democráticas»: al día siguiente de su llegada en tren escribió las Tesis de Abril.
Escribo, leo y machaco
Aquella ola de libertades, hasta entonces desconocidas, había cautivado también a buena parte de la clase trabajadora. Como se relata en la novela:
«Con la llegada de Lenin a Petrogrado, en la agitada Rusia resonó una nueva voz de asombrosa fuerza y sonoridad, que iba cobrando vigor hasta hacer callar a todas las otras. Diríase que fue el poderoso clamor de un clarín entre pitidos de flautas, resoplidos de armónicas y tañidos de balalaicas. No es que los obreros, máxime los obreros bolcheviques, no comprendieran hasta aquel abril sus intereses de clase, mas los arrastró la sensación de libertad desacostumbrada: se dedicaban a capturar a gendarmes y policías zaristas vestidos de paisano, hacer mítines superficiales, celebrar interminables elecciones y enviar diputaciones. (…)
Muchos bolcheviques, incluido el propio Emeliánov, expresaban aproximadamente las mismas ideas que Lenin antes aun de su llegada, pero no eran más que palabras de salón, no estaban argumentadas, no reflejaban conocimientos sólidos ni presentaban fuerza persuasiva. Uno sentía deseos de felicitar a todo el mundo, de creer a todo el mundo, al menos a todos cuantos llevaban un lazo rojo en el pecho».
La clarísima línea expuesta por Lenin y pronto interiorizada por la gran mayoría de los bolcheviques fue, en consecuencia, objeto del ataque rabioso de la burguesía y de los diversos oportunistas. Su avance y reconocimiento por cada vez más obreros y soldados fue la razón para que el Gobierno provisional se desnudara y, con el apoyo de los Soviets, iniciase la ofensiva con medidas represivas contra los bolcheviques y el movimiento obrero. El 7 de julio de 1917 el Gobierno provisional publicó la orden de arrestar y llevar a juicio a Lenin. Con el consentimiento de la mayoría del Comité Central de los bolcheviques Lenin pasó a la clandestinidad: el 11 de julio partió de Petrogrado hacia Razliv, allí se escondió en el granero del obrero bolchevique Emeliánov.
La trama de la obra que presentamos se desarrolla en los dos meses de estancia de Lenin en este refugio hasta el día en que, disfrazado y afeitado, con peluca, gorra y tarjeta falsa de obrero de apellido Ivanov, partió para Finlandia, cambiando de escondite para mayor seguridad (esta es la foto histórica con la que abrimos este libro). La novela refleja de manera literaria los principios y la actitud de un Lenin que aprovecha la calma de aquellas semanas para «escribir, leer y machacar» –como él mismo dijera–, para desarrollar la línea bolchevique y combatir a aquellos oportunistas que, si otrora habían sido militantes del movimiento obrero, ahora demostraban su papel contrarrevolucionario alentando la cacería de los comunistas.
En el libro se refleja también con gracia, a través de docenas de incidentes, la agudeza estratégica del pensamiento leninista, su habilidad para captar lo concreto con sus múltiples interacciones y vínculos. Lenin representa la cualidad que debe caracterizar al cuadro revolucionario para percibir el momento hegemónico: partir del análisis de las condiciones materiales dadas, analizarlas con estricta objetividad, contemplar sin apasionamiento ni interferencia de los deseos y temores la correlación de fuerzas, y encontrar en cada momento la orientación que permita hacer avanzar posiciones al ejército político del proletariado.
En Lenin el análisis de la fase histórica de desarrollo del capital, la fase imperialista, el análisis del oportunismo como fenómeno característico de época y las necesidades particulares que el momento histórico, junto a los aprendizajes de la experiencia, imprime en la constitución, estructura y cultura del partido obrero; conforman una base sobre la que se edifican las teorizaciones en torno a la hegemonía, es decir, en torno al proceso de conformación política del proletariado para su dominio y dirección desde la sociedad dividida en clases hasta la sociedad sin clases. En el caso particular de la novela, esto se aprecia con claridad en sus reflexiones en torno a la correlación extremadamente negativa de fuerzas a solo cuatro meses del levantamiento armado y la conquista del poder.
En el escondite clandestino de Razliv, Lenin se encontraba también con Grigori Zinóviev, miembro del Comité Central del Partido Bolchevique con quien entró en conflicto político, ya que Zinóviev consideraba que el ataque contra los bolcheviques había alejado la perspectiva de la revolución socialista como tarea inmediata. Zinóviev apoyaba la alianza con los mencheviques y los eseristas, y no le encontraba sentido a la dedicación de Lenin al estudio de la preparación de la revolución, y mucho menos a la fundamentación teórica de la necesidad de destruir el Estado burgués y e instaurar el Estado-Comuna.
A través de los diálogos entre Lenin y Zinóviev se destaca la firmeza y agudeza de Lenin, la fecundidad de su pensamiento estratégico que, en el caso particular de la Revolución de Octubre, esta inevitablemente condicionado por el sentido de oportunidad, por la consideración de que el particular entrelazamiento de los acontecimientos contenía una potencialidad que una actitud de inacción y cobardía podría cercenar sin que ello garantizase una mejor situación a corto o medio plazo. Hay momentos, cuando la historia clama al proletariado su Hic Rodhus, Hic Salta, que no queda más remedio que lanzarse al combate. Así actuaron Marx y Engels ante el estallido de la Comuna de París, así actuó Lenin en 1917:
«Pero hay momentos en que esperar es un crimen. Un momento así puede llegar pronto, llegará pronto sin duda, y si entonces eludimos también la acción inmediata, resultaremos ser unos vulgares socialistas pequeñoburgueses, unos charlatanes, amigos de las frases rimbombantes, y la clase obrera nos volverá la espalda. Si vamos a esperar también entonces, si ni siquiera entonces maldecimos la paciencia, como hizo Fausto en su tiempo, seremos unos cobardes que no valdremos para nada, y la historia jamás nos lo perdonará».
El conflicto con Zinóviev, así como su transposición literaria, ponen de relieve el esfuerzo que hizo Lenin para trazar la estrategia revolucionaria en contra de la actitud intransigente incluso de parte de los cuadros bolcheviques, muchos de ellos demasiado cómodos en la frase anterior, demasiado anclados en prejuicios y consignas que no se ajustaban ya al estado de cosas. Lenin demostró así no solo su firmeza frente al revisionismo, también frente al dogmatismo incapaz de comprender la doctrina desde su única forma posible de existencia: en íntimo engarce, desarrollo y verificación con el movimiento real.
Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá
La revolución exige de audacia en los momentos decisivos, pero la audacia no es precipitación, no puede serlo, porque la revolución no es un juego, la revolución es un arte. El combatiente de vanguardia es audaz pero meticuloso, tan sacrificado como templado. Así queda plasmado en el libro de Kazakevich, lo que lo convierte además en una obra especialmente educativa e instructiva para todo aspirante, joven o adulto, a dirigente:
«—¡Ah, de esto se trata entonces! ¡Usted tiene miedo a las soluciones audaces!
—Me dan miedo las soluciones arriesgadas... (dice Zinóviev).
—Usted le tiene miedo a lo que hemos estado intentando durante toda la vida, a lo que no hemos dejado de difundir, con lo que no hemos dejado de soñar: ¡a la revolución del proletariado!
—Le tengo miedo al brote antes de tiempo que estará condenado al fracaso. Y entonces lo perderemos todo.
—Nunca se pierde todo. Es posible que lo perdamos todo, usted y yo, Zinóviev y Uliánov, Lílina y Krúpskaya. El proletariado nunca lo perderá todo, le recuerdo la frase que conoce bien: no tiene nada que perder, salvo sus cadenas. Circunstancias ideales para hacer la revolución sin arriesgar algo no existen».
En conclusión, El cuaderno azul no es solo una obra literaria o una crónica de algunos años de la vida de Lenin, es un libro que hoy sirve como modelo de la audacia, firmeza y meticulosidad que debe caracterizar a todo militante, a todo aquel que aspira a una sociedad nueva, a todo aquel que está dispuesto a recoger la antorcha para entregársela al final del camino a la siguiente mano.